El Fax

Eduardo Torres
5 min readJul 14, 2020

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“Ingeniero Torres, lo necesitan en la Gerencia”, me avisó en voz alta la secretaria del departamento sin moverse de su escritorio.

En ese entonces, 1980, yo era un ingeniero joven, y trabajaba con una empresa multinacional, contratista de construcciones industriales, a la que me había vinculado por mi experiencia como ingeniero residente en pilotajes. Al terminar mi primera asignación en el pilotaje de Termopaipa III, me
habían enviado a la construcción de la Fábrica de Cementos Paz de Rio, a aprender la técnica de las formaletas deslizantes observando el proceso y recibiendo el precario entrenamiento que proporcionaría el contratista italiano a cargo de los trabajos con esa tecnología.

Al terminar mi “entrenamiento”, si a lo que recibí se le puede llamar así, fui trasladado a las oficinas centrales de la empresa; en mi nueva condición de “especialista en formaletas deslizantes” iría a las obras cuando hubiese un trabajo de construcción con esa tecnología y en los tiempos restantes, estaría
trabajando en la oficina central, en el departamento de licitaciones, donde sería ayudante del Jefe de licitaciones de obras civiles.

La “oficina central” era en realidad un gran complejo en el que trabajaban más de medio millar de personas, compuesto por un edificio de dos plantas, bodegas y un gran patio de talleres.

En el edificio, las oficinas estaban organizadas por secciones, y las secciones a la vez, por departamentos, estos en grandes oficinas abiertas, donde solo los jefes de departamento tenían cubículos individuales.

La oficina de nuestro departamento estaba en el primer piso y mi escritorio, dada mi condición de nuevo en la organización y de bajo en el escalafón, en el rincón más alejado.

Una muestra del poder de aquella empresa era que prácticamente en todos los escritorios de los ingenieros y de las secretarias ejecutivas había un computador personal. Había que familiarizarse con los términos “hoja de cálculo-VisiCalc” y “procesador de palabra-WordStar”. El asunto se enredaba aún más al momento de imprimir y era el caos total cuando se “iba la luz”. El software era tan primitivo y limitado y la impresión tan compleja y de baja calidad que las operaciones de la empresa seguían apoyándose en el computador central, ubicado en una gran oficina con una arquitectura especial, climatizada, de acceso restringido y que funcionaba día y noche todos los días del año, las secretarias conservaban sus máquinas de escribir eléctricas, los ingenieros sus calculadoras científicas y el departamento de dibujo toda su gente y sus herramientas.

Las oficinas de los gerentes estaban en el segundo piso.

Yo de naturaleza tímido y con ese recelo de los criados en la provincia, me sentía cohibido por el imprevisto y urgente llamado a la oficina del gerente, pensaba que me notificarían mi despido.

Mientras caminaba hacia la puerta, podía sentir las miradas curiosas y creo hasta consideradas de mis colegas, era como cuando en las películas alguien iba hacia el patíbulo; caminando por los pasillos y subiendo las escaleras, despacio, me consolaba a mí mismo diciéndome que la experiencia, aunque
corta había sido fructífera.

En el área donde estaban ubicadas las oficinas de los gerentes se notaba la diferencia que marcaba la jerarquía, espacios amplios, muebles pesados muy bien tapizados, cuadros, flores, cada oficina con una de antesala con la correspondiente secretaria y quienes trabajaban allí vestían todos trajes muy
elegantes.

Leía con atención los nombres de las asignaciones de las oficinas, en esa área, el orden era invertido, la oficina del Gerente General estaba al fondo.

Me asomé a la puerta abierta, era como una sala, con sillas, sillones y una mesa de centro, con una alfombra gruesa, floreros, cuadros y en un costado, un escritorio grande, más grande que el de mi jefe, era el de la secretaria del gerente.

“Siga”, me dijo con amabilidad. “¿Es Usted el Ingeniero Torres?”, preguntó, aunque ella ya sabía la respuesta.

“Espere, por favor”…

“Recibimos una llamada de Italia, en unos minutos nos volverán a llamar para transmitirnos un Fax”, dijo.

Yo todavía no tenía muy claro lo que era un Fax, pero supuse que si habían llamado de Italia eran los italianos de las formaletas deslizantes.

Casi en secreto me dijo, “es que el Fax está en la oficina del Gerente”.

Unos pocos minutos más tarde entró la llamada para coordinar la transmisión, pasamos a la oficina del gerente, a tiempo para ver la magia de un teléfono que no se usaba para hablar sino para imprimir, y no palabras como en un telegrama sino un dibujo, un dibujo de una de las piezas del equipo, algo que le había pedido a los italianos antes de que regresaran y que yo daba por seguro jamás recibiría, un dibujo, “sketch” que cuando se terminó de imprimir parecía un dibujo “surrealista” como el de los relojes de Dalí; “detalle” sin importancia ante el “milagro” de recibir un plano impreso al mismo tiempo que lo transmitían; si mi memoria no me falla, recuerdo que al gerente, a la secretaria y a mí nos brillaban los ojos de la emoción.

Casi que puedo decir que ese Fax cambio mi destino en aquella empresa. El Ingeniero Ramírez era un gerente bien informado, sin embargo, hasta ese momento yo era un desconocido, tal vez aquel dibujo fue el primero que recibieron por esa vía, tal vez se hicieron con más frecuencia trabajos con las
formaletas deslizantes …

Aquel papel impreso también despertó cierta admiración en los compañeros del primer piso, no solo los de mi oficina, sino los de departamentos vecinos, como una peregrinación, muchos, incluyendo algunos de los jefes vinieron a preguntar cualquier cosa y de paso mirar el fax.

Menos mal que por correo regular recibimos algunas semanas más tarde una copia buena del dibujo porque el efímero famoso fax, también como por “arte de magia”, ¡se borró!

Hoy, todo aquello parece tan lejano y tan irreal, la implementación tecnológica y la obsolescencia se sucedieron a un ritmo nunca antes visto, la accesibilidad a la tecnología tuvo un giro diría yo revolucionario, se pasó de unos pocos iniciados, a un grupo mayor, las empresas y sus técnicos y después, con el internet a prácticamente todas las personas; hasta el punto que hoy hay más tecnología en la Tablet con la que juega un niño de tres años que en todo aquel edificio y un teléfono móvil, Smartphone, pone el mundo en las manos de quien lo tiene.

Hoy la gran mayoría de las personas no ha visto un teléfono fijo y no sabría para qué es el disco de marcar; y la impresora, que hace de fax, scanner y fotocopiadora, conectada a todos los equipos vía Wi-Fi está ubicada en un lugar estratégicamente oculto pero accesible a todos y convenientemente cercano al cesto de las basuras.

Y con seguridad, si le preguntan al Ingeniero Ramírez, el dirá que yo me inventé esta historia …

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Eduardo Torres

Project Manager starting a new journey, available to support projects on direct roles and consulting